Mira por donde by Fernando Savater

Mira por donde by Fernando Savater

autor:Fernando Savater [Savater, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


25

MI PRIMER EDITOR

Yo tenía veintitrés años, yo vivía en una dictadura, yo participaba devotamente en todas las broncas rebeldes que podíamos montar en la universidad, yo perseguía inútilmente a chicas enérgicas y ariscas, yo leía en francés a los situacionistas y a Cioran, yo profesaba el culto de Agustín García Calvo, yo era borgiano de primera hora y estricta observancia, yo escribía panfletos, yo quería por encima de todo —ay, aunque supusiera la perdición de mi alma ingenua e irredenta—, yo quería más que nada en el mundo publicar un libro: como tributo a lo que más placer me causaba desde la infancia, como homenaje amoroso. El libro aún no estaba escrito pero habría de ser sulfúrico en su fondo y exquisito en su forma, un combinado explosivo de doctrinas capaces de hacer saltar la realidad establecida en pedazos (junto a Cioran y García Calvo, dosis de Schopenhauer, de Clément Rosset, del pagano Celso y de Adorno). Sería inaudito, insoportable… pero no debía bajo ningún concepto quedar inédito. Ahí estaba el problema: en lograr editar tan magnífica ferocidad. La tarea de escribirlo me parecía sencillísima y casi accesoria. De modo que antes de nada me lancé a la búsqueda de un editor.

La editorial más próxima a mi casa era Taurus, que entonces ocupaba un chalet coquetón en la plaza del Marqués de Salamanca frente al que había pasado muchas veces, camino del colegio. Y su director se llamaba Jesús Aguirre, un cura con fama de progresista —«rojo», decían entonces las señoras de derechas, auxiliar de Federico Sopeña en la parroquia de la Ciudad Universitaria, confesor de mi amigo y compañero Enrique Ruano, después asesinado por la policía franquista— pero también de atrabiliario, sarcástico, impertinente y poco benévolo ante la torpeza de los principiantes. Allá que me fui, pasablemente tembloroso pero siempre más propenso a aceptar el ridículo que la renuncia. Aguardé un poco en la antesala y después me pasaron al despacho del dueño de mi destino. No había nadie… aparentemente. De pronto, tras la gran mesa llena de papeles, emergió una cara preocupada y algo traviesa, que me preguntó: «¿Se ha ido ya Sciacca?». Por lo visto llevaba bastante rato escondido a la espera de que desapareciese del horizonte Michel Federico Sciacca, un copioso polígrafo italiano que había marcado la pauta del pensamiento cristiano una década antes. Jesús Aguirre tuvo que heredar sus obras traducidas de la dirección anterior de Taurus y también su insistente presencia periódica aportando nuevos volúmenes regeneradores, de los que ya no sabía cómo librarse.

De todo esto me enteré luego, porque yo era sólo un niño y no conocía a Sciacca (¡nene, Sciacca!) ni a casi nadie. A todos —filósofos, novelistas, poetas, editores, periodistas…— los iría conociendo después gracias a que Jesús me los fue presentando y luego recomendando o desaconsejando con idéntica vehemencia que yo nunca discutí. En el chalecito de la plaza del Marqués de Salamanca organizaba cócteles y presentaciones literarias («saraos», solía llamarlos) por los que aparecía la crema postinera de la intelectualidad y a los que me conminaba a asistir.



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